Ventanas

Abiertas de par en par. Cerradas desde ni se sabe. Con las persianas bajadas y ennegrecidas por el paso del tiempo o la contaminación. Con modernas persianas automáticas o sin ellas, enrolladas, desvencijadas o rotas. Acristaladas. Con colgantes traslúcidos que proyectan un arcoíris cuando les da el sol. Parecidas a cuadros de museo recién restaurados o metal reluciente. Con toldos desplegados de rayas o con forro floreado. Con ropa tendida de las cuerdas que las unen unas a otras como el juego de manos en el que se forman figuras. Con contraventanas que nunca se abren. Tapiadas con ladrillos o tablas clavadas que las atraviesan. Enrejadas como las de una mazmorra o de un decorado de zarzuela. Con rejillas anti-mosquitos o alambradas. Algunas plegables. Otras abatibles. En los tejados. Asimétricas. Ovaladas, rectangulares o de formas imposibles. Que dan a los patios interiores o están en los bajos a ras de los zapatos de los transeúntes. Estas casi dejan de serlo y se convierten en tragaluces; otras en claraboyas cuajadas de estrellas. Cuadrados dentro de otros cuadrados hasta el infinito. Estrechas y alargadas estilo las saeteras de los castillos medievales. Biseladas. Adornadas con cenefas de vidriera. Otras con cortinas que cuelgan como largas trenzas. Con estores vaporosos o paneles japoneses. Algunas parecen el telón de un teatro. Las hay de invierno y verano. Empañadas o con gotas de lluvia. Con el alféizar lleno de macetas, unas vacías con la tierra seca y otras con plantas frondosas que cubren parte del piso de abajo. Estas son la envidia del edificio y de todo el barrio. Con cristales tintados. Ciegas. Que dan a callejones o a autopistas. De pega. Desmontables. Trampantojos artísticos en las fachadas que dan a plazas o glorietas del centro histórico. Las hay diminutas como puerta de ratonera o de casa de muñecas. Inmensas como paredes en las piscinas municipales. Pintadas con colores chillones. Iluminadas con enanitos de jardín. Enmarcadas por piedra centenaria y enredaderas. Que lucen pegatinas o recortables infantiles. Unas exhiben pancartas reivindicativas. Otras letreros de se alquila. Unas son indiscretas y lo ven todo como bolas de cristal. Desde las que se ve el otro lado del mundo. A las que siempre se asoma una mujer de mediana edad- a veces de espaldas- que mira a la gente que pasa por la calle. Con cristales rotos. Remendadas con cartones. Desde las que se ve una bombilla titilante y desnuda. En otras se atisba un color anaranjado, cálido y acogedor. Unas se encienden y apagan de forma intermitente como un corazón palpitante. Estas se aprecian sobre todo cuando cae la noche y es la hora de cenar. Con vistas y gato incluido. Desde las que se arrojan pequeños objetos o agua, en especial cuando se riega de madrugada. Aunque hay quienes llegan a tirar a través de ellas todo lo que les sobra. Desde las que se fuma o se juega con un cristalito para mandar mensajes en morse como en Amelie. Las hay que son sin saberlo el espejo del alma.

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