¿Vandalismo enamorado?

¿Uno está más enamorado por pregonarlo a los cuatro vientos? Desde luego creo que no. Aunque especialmente en la adolescencia tal vez surja la necesidad de fijarlo por escrito, de vencer al olvido con rótulos, graffitis, hendiduras en los troncos de los árboles, en los respaldos de los bancos, en las puertas de los baños, escaleras de cualquier recinto, mamparas, paradas de autobús, el interior y el exterior de un vagón de metro, pasarelas de autopistas, baldosines de una acera y un largo etc. Seguro que se os ocurren miles de sitios más. Estas muestras no dejan de ser actos de vandalismo, pero no son cuestionados por la sociedad que los admite como si fuesen las colillas o chicles que la gente tira al suelo. ¿Quién no se ha pintado alguna vez con rotulador un corazón con las iniciales del chico que le gustaba? Los hay que se tatúan los nombres de sus parejas en el cuello, brazos, muñecas o nuca y otro largo etc. como un signo de la pervivencia de sus sentimientos, una versión de los nombres grabados en los anillos de boda clásicos. Pero de pronto parece que nos entra la fiebre de Cupido que nos impulsa a cometer locuras- simples chiquilladas, dicen algunos- como destrozar parte del legado cultural, monumentos y edificios históricos y protegidos por el mero hecho de transgredir o de retar a “lo prohibido”. Estos actos vandálicos son un gesto de libertad de expresión malinterpretada que ni siquiera consigue un efecto estético. Puede que este fenómeno sea cuestión de edades y educación, pero no creo que se deba generalizar. Es posible que los jóvenes- y tal vez otros sectores de la población- lideren esta “performance debido a que están ya tan acostumbrados a utilizar las redes sociales para transmitir en directo cada segundo de sus vidas que no tienen ningún reparo en declarar sus sentimientos en nuevos soportes que los difundan. Creo que hasta el punto de confundir el muro de un castillo con su muro de Facebook. Nada que ver con un recuerdo de mi infancia en el que un chico dibujó corazones en los cristales empañados por la lluvia en nuestra clase, lo que causó una reacción de hilaridad y asombro, pero al mismo tiempo un cierto reconocimiento público, como si hubiese realizado una gran hazaña. Sí, en cierta manera así fue porque se atrevió a declararse delante de todos. Pero eso es bien distinto a lo que he visto en la noticia reciente que me ha hecho reflexionar sobre este asunto. Una cosa es colgar unos candados grabados con las iniciales de los enamorados en los postes de luz del puente Milvio de Roma- costumbre que ha sido prohibida el año pasado teniendo en cuenta que no se trata de un puente cualquiera sino de una verdadera  joya de la arquitectura romana- por influencia de una novela de Federico Moccia como si fuera una muestra de arte en la calle; una instalación espontánea y anónima- como cuando se encienden velas o se depositan flores y coronas en lugares señalados  y otra muy distinta garabatear con spray fosforito nombres, iniciales, motes y fechas donde se nos antoje pegue o no pegue.

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