Cajón de sastre
Todos hemos abierto alguna vez el
cajón de nuestro escritorio para guardar allí un trocito de papel, unos clips,
unas tijeras, etc. y esas diminutas e inclasificables cosas que no sabemos dónde
colocar ni cómo archivar o ni siquiera nos planteamos tirar a la basura. Es un
gesto cotidiano, lo realizamos automáticamente y luego ponte a buscar aquel sello
que querías regalarle a tu suegro. Son “aquellas
pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas”- como canta Serrat y
algunas nos “hacen que lloremos cuando
nadie nos ve”. Me recuerda a un microcuento
de Augusto Monterroso, “El espejo que
no podía dormir”, que pasaba las
noches en vela dentro de un cajón en compañía de otros espejos ya que se sentía
muy desgraciado, seguramente porque le habían relegado al último cajón del
último armarito donde se almacenaban los utensilios en la trastienda de la
peluquería. Como si al cerrar los cajones se abriera un mundo en miniatura en
el que los objetos cobraran conciencia. Además su estructura se complica si hay
otros compartimentos y cajitas en las que, por supuesto, seguimos olvidando más cosas, generalmente
prescindibles. Suele producirse un fenómeno extraño, no sé si os habréis dado
cuenta, pero cuando cerramos un cajón el tiempo en su interior se detiene. Y ya
pueden pasar cinco años que cuando volvemos a abrirlo por pura casualidad- en
una mudanza o al hacer limpieza-, descubrimos con sorpresa y nostalgia un
tesoro. ¿Cómo es posible que no echáramos de menos ni por un instante esos
objetos empolvados e inservibles? Debe ser debido al mecanismo de nuestra
memoria que se asemeja a un cajón de sastre. Nos esforzamos por colocar todo en
su sitio con etiqueta y todo, pero los objetos y las palabras cobran vida y se
mueven a su antojo por esas galerías. Revolviéndolo todo caprichosamente y dándose la vuelta
por lo que a veces nos quedamos en blanco y no podemos leer el cartelito
identificativo; es como buscar palabras en un diccionario vacío. Y no solo
les pasa a los desordenados o a las personas mayores, ¡qué va! Los que presumen
de bolsos, armarios o maletas superordenados, seguro que guardan con esmero y
dedicación un cajón secreto en alguna parte requetescondida
de la cómoda del dormitorio. También los hay que buscan con un mapa imaginario,
como los viajeros que dan la vuelta al mundo, algo que nunca guardaron en ese
cajón. Tal vez algún día lo lleguen a encontrar de tanto buscar y revolver esas
cosas inútiles. Una vez alguien dijo que las mejores cajas – y se puede hacer
extensible a los cajones- son las que siempre están abiertas, nada de tapas o
cerraduras con llave. Así es. Abro el cajón de mi escritorio y guardo este papel
por si le da por desaparecer.
Me ha encantado. Siempre te encuentras algo que te hace sonrreir
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