Náufragos

Imagina que por azar llegaras a una isla perdida, como la literaria Isla Barataria, como el País de Nunca Jamás, la isla de Robinson Crusoe o la de dos personajes más modernos, Chuck Noland, interpretado por Tom Hanks, de la conocida “Náufrago” o la isla viviente en la que se refugia el joven Pi en la poética “Vida de Pi”, sin que te hubiera dado tiempo a contestar a la pregunta de qué tres cosas te llevarías a una isla desierta. Lo que en apariencia  recuerda a un juego o una adivinanza se transforma en una prueba, un reto. Como si estuvieras dentro de un cuento. Tres cosas únicas, como los tres deseos concedidos por el genio de la lámpara, que en nuestra corriente y anodina vida normal ni siquiera te habrían llamado la atención. Una lista de oportunidades o un proyecto de vida: el pasado, el presente, el futuro. Lo verdaderamente importante. Me diréis que esto depende de cada uno y sus circunstancias, pero no estoy segura, tal vez, esas tres cosas sean una invención. Una excusa que nos ponemos para no adentrarnos nunca en esa isla que nos inquieta, como “el lugar donde viven los monstruos”. Eso que olvidamos con demasiada facilidad, a veces para protegernos y otras, para no sufrir por ello. ¡Qué difícil es a veces darse cuenta de esto! Sólo cuando estamos solos con nosotros mismos y hay el suficiente silencio como para escuchar nuestra voz interior, identificamos con nitidez lo que nos mueve. Solemos perdemos en nuestra propia isla, habitada o no, dándole vueltas a las cosas, esperando que alguien llegue a rescatarnos. El bote salvavidas lo hemos olvidado en el garaje o en los libros de autoayuda. Es algo parecido a lo que le sucede a Bastian en La historia interminable, hasta que no cree en él no salva a Fantasía de la autodestrucción, es decir, hasta que no se enfrenta a sí mismo, a sus temores y  a sus miedos no es él. Necesita la soledad, el estar solo consigo mismo para encontrarse,- igual que don Quijote en su primera salida o el principito en su asteroide- para dejar de ser una isla como los hikikomori, jóvenes que se encierran en sus habitaciones y se dedican a jugar horas y horas en sus consolas u ordenadores. No sé si como gesto de rebeldía o actitud tímida e introvertida. Tengo la impresión de que éstos, a pesar de su aislamiento, no se encuentran a sí mismos. Como tampoco lo hacen quienes deciden vivir una vida sin moverse del sofá. Retomemos el hilo. Si pudiésemos alcanzar la luna con un lazo como en “¡Qué bello es vivir!” y los deseos de “Imagine” sirvieran de antídoto contra la cruda realidad, si tuviéramos un cazamariposas para recoger alguna de las palabras de “Blowin’ in the wind”  que flotan en el aire como pompas de jabón, entonces podríamos ponerlos en una botella y lanzarla al mar.

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