Emoticonos que lanzan
besos
Ni
fotos de carnet de fotomatón ni calcomanías de las que regalaban con los
bollitos para el recreo, ahora son los emoticonos los que se usan como diminutas
interjecciones visuales, tan expresivos
que ya casi se nos olvidan las palabras a las que sustituyen. Adoptan,como las
coletillas, la función de rellenar espacio o subrayar con efusividad lo
mencionado. Antes de pasar a la dimensión virtual eran pegatinas con
brillantina que adornaban puertas y cristaleras. Se coleccionaban en cuadernos,
sobres o cajitas que te llevabas al colegio a escondidas o las intercambiabas
con los compañeros de clase. Luciéndolas en el dorso de la mano como un tatuaje
floral de jena. Hoy son casi ideogramas que sonríen o lanzan besos con forma de
corazón. Podría escribirse una carta de amor con toda la galería de caritas
parecida a un álbum familiar y no transmitir ninguna emoción, a pesar de su
etimología. Me recuerdan un poco a las plantillas de este tipo de
correspondencia, usadas en otras épocas, con fórmulas fijas como: “Distinguida señorita, es usted como una
delicada rosa del jardín del Edén” o “mi
corazón se endurece como el mundo
congelado en que tu ausencia me ha sumido”- fragmento de la carta de “Destino de Caballero” (2001) o algo
parecido. Entre cursis y pedantes. Podría decirse que son imágenes tan
estereotipadas como los emoticonos que despersonalizan lo que escribimos en
nuestras pantallitas táctiles. Salvo que se escriban como un guiño que trata de
salvar la distancia entre los enamorados. Retazos de sentimientos que se cosen
unos a otros bordando un tapiz como las cartas que escribe Cyrano de Bergerac. Esto me hace pensar en “El Diario de Adán y Eva” de
Mark Twain y en una magnífica película brasileña “Estación central de Brasil” (1998) en la que Dora, una maestra ya
jubilada, es “escribidora de estación”; oficio que consiste en redactar cartas
por encargo. Lo que la lleva necesariamente a conocer los sentimientos de los
remitentes y a los destinatarios. Se
impone, pues, la necesidad de volver a personalizar lo que se escribe. ¿Si
todos usamos los mismos smiles
sonrientes o llorosos estaremos expresando lo mismo? ¿Cómo distinguiremos los
matices entre unas caritas y otras? ¿Terminaremos por expresarnos igual? Así
llegamos a la inevitable y repetida pregunta de ¿Una imagen vale más que mil
palabras? Desde luego que sí; muchas imágenes son más elocuentes, emotivas e
impactantes que tediosos best-sellers
o brevísimos “twits”. Algunas, como
la conocida foto de “la niña de napalm”
que cumplió 40 años el año pasado se convierte en un icono que se incorpora a
nuestra memoria visual por sus connotaciones afectivas. No creo que se haya inventado todavía un emoticono
para decir “Escrito está en mi alma vuestro gesto”.
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