Por no hacer un feo
¡Cuántas
veces hacemos cosas para no molestar a los demás o simplemente para
complacerles o agradarles! Unas, por altruismo, a las que no me refiero con
este título- que suele ir acompañado de sinceridad y entrega- y otras, para no
tener pequeños conflictos domésticos o laborales seguimos la corriente a los
que tenemos cerca- aunque pensemos que lo hacemos por convicción, nuestra
voluntad se anula como por encanto. Bien porque creemos en lo más profundo que
esa persona prefiere esto o aquello o bien porque tal vez sus decisiones y
gustos son de nuestro propio agrado. ¡Qué confundidos estamos a veces! Y esto
suele darse muy a menudo, en especial cuando hay individuos que se adelantan a
tomar las decisiones que nos afectan a todos. Así, por amor al arte, se erigen
en los bienhechores con calzador, a los que encima y con buena cara- después de
sentirnos dados de lado o ninguneados, como dicen algunos- tenemos que darles
las gracias por haber elegido o hecho lo que para el resto de los mortales
debíamos de estar incapacitados. Algo enrevesado y desesperante. Aunque seguro que habrá quien no haya reparado en
ello y siempre sean los destinatarios de esos agasajos, acostumbrados a que lo
habitual en sus relaciones sociales, familiares, etc. sea que a nadie se le
ocurra llevarles la contraria, lo que sentirían desde su perspectiva como un
feo. Porque esto no sólo se da en parejas- que suele ser lo más habitual- sino
también entre los propios miembros de una familia, compañeros de trabajo, etc.
En realidad, lo que sucede es que puede que estas atenciones deriven en malentendidos y nos arrastren a
situaciones entre grotescas y cómicas con un toque amargo. Se asemejan a
algunas viñetas de Forges o a una anécdota de unos novios de los de antes que
cuando salían los domingos a tomar el vermú en el bar de la esquina siempre
pedían anchoas- todo un lujo- y después de muchos de años de casados se
confesaron que a ninguno de los dos les gustaban. ¿Qué os parece? Pues eso, que
somos tan amables y bien educados que preferimos sacrificar lo que al principio
parece un poquito de nuestro “libre albedrío” por conseguir una especie de “paz interior” que corre el riesgo de
convertirse en apatía e indolencia haciendo que lo que una vez fue un gesto de amabilidad,
amistad o amor, sea un me da igual. Y en otros aspectos de la vida, podemos
llegar incluso a renunciar a nuestros derechos. Todo por no hacer un feo.
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