Lluvia
Ligera. Melodiosa. Suave como una
cortina de gasa al amanecer. Refrescante como cuando nos salpicamos la cara un
día de verano. Con rachas de viento que nos levantan con paraguas y todo como a
los personajes del cuadro de Magritte. Intermitente y caprichosa como una niña
juguetona que hace rodar por el pasillo las cuentas de su collar desvencijado.
Tímida tras las nubes grises y los claros más azules como si jugara al
escondite y contara hasta diez apoyada en un nubarrón, a modo de aviso a todos
los que tenemos que buscar refugio para guarecernos. Constante y persistente,
como un niño que insiste para que le compren algún antojo. Formada por millones
de diminutas gotitas que se resbalan cristal abajo-igual que en el cuento de
Cortázar- como tejiendo una tela traslúcida en la que se refleja el mundo
entero como un chubasquero futurista. A veces
parece que está muy triste y llora sin remedio. Nadie sabe por qué. Además el
lamento se intensifica porque nadie tiene un pañuelo lo suficientemente grande
para secarle las lágrimas ni una palabra de consuelo. Es cuando los niños en el
patio del recreo cantan canciones para alegrarle el ánimo y devolverle la
sonrisa, que como sabéis irá acompañada de un arcoíris que nos invita a soñar.
La hay de ademanes adolescentes como si cerrara de un portazo la puerta de su
habitación para que la dejemos en paz. Esta suele tener mucho carácter,
racheada y algo impulsiva, reforzada por rayos y truenos hasta convertirse en
una verdadera tormenta. A lo mejor dura un instante porque de forma repentina
sale de su habitación y nos abraza. Eso sucede pocas veces, ya que la calma
tarda en llegar. Así puede seguir toda la noche, inundando bajos, desagües, alcantarillas
y canalones al ritmo de la música de su grupo preferido. Habrá que recoger la
ropa tendida y secarse el pelo con una toalla o secador. Contra esta solo cabe esperar
con paciencia, bajo techo o con botas de agua e impermeable y tener una taza de
chocolate caliente preparada para cuando vuelva empapada. Hay otras veces que
es una señora que se acicala para salir a tomar el té y se rocía de perfume con
su pulverizador. Casi no la percibimos pero se impregna en nuestra ropa o en
las briznas de hierba como las gotas de rocío. Otras, puede ser parte de una
orquesta y tocar el triángulo o el xilofón con una varilla que nos hace bailar
de puntillas al son de su tintineo. “Que llueva, que llueva”…
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