La máquina de reescribir
A lo
mejor te acuerdas del repiqueteo de la vieja máquina de escribir o puede que no.
Anteayer o hace ya mucho tiempo. Bajo un sol de justicia, eso sin duda. Cabe el
palmeral de la costa o tal vez cabe la mesita camilla del porche pintado de
amarillo. Con todos los mosquitos que te puedas imaginar sobrevolando nuestras
cabezas. Contra todo pronóstico. De forma inesperada y sorprendente. Desde el
momento en el que los turistas que embadurnados de crema protectora y gafas
oscuras decidieron darse un chapuzón todos a una como si fuese una prueba de
Triatlón. En la orilla se veían cientos de huellas de pies en todas direcciones
como marcando una ruta laberíntica en un mapa imaginario que de seguirlo los conduciría
de nuevo y sin remedio a la orilla en la que rompían las olas con una suavidad
de caricia maternal. Entre todo el bullicio de zambullidas y patadas, unas con
aletas y otras sencillamente al aire. Hacia las boyas anaranjadas como M&M’S rellenos de chocolate
dispersos al azar en la línea del horizonte. Hasta entonces nadie se había dado
cuenta de la presencia de un cachalote que curioso emergía de las
profundidades. Para el niño que jugaba a
construir un castillo de arena con su pala y su cubito fue algo visto y no
visto como el aleteo de una mariposa. Por eso fue el único que permaneció
ignorante aplastando con su palita los bordes de las almenas en las que pronto
sentaría a sus Clicks. Según su
profesor de Ciencias- o al menos eso tenía apuntado en su cuaderno- debería
nivelar el foso de la fortaleza para que el agua marina lo llenara pero sin
olvidarse de inclinarlo un poco para evitar que lo destruyera el oleaje. Sin ayuda
de sus compañeros de clase fue una tarea ardua y difícil pero la mar de
entretenida. So la duna más cercana al palmeral de la costa o tal vez cabe la
mesita camilla del porche pintado de amarillo le llamaron a gritos para que
fuese a merendar. Sobre el tiempo, el
sol, las palmeras, la mesita camilla, el porche, la nube de mosquitos, los
turistas, la orilla, las huellas de pies, las boyas incluso sobre el castillo
de arena del niño se alzaba una cometa que lo veía todo como si quisiera
recordarlo para siempre. Tras el hilo ondulante de ésta se movía un enjambre de
abejas que la habían confundido con un campo de girasoles. Mediante la señal
adecuada- un giro como el paso de charlestón- se dirigieron con forma de flecha
hacia la aleta del cachalote solitario. Durante horas y horas los turistas
nadadores buscaron sin éxito la línea del horizonte pero no la encontraron
porque se habían agotado las preposiciones.
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