Chapuzas, parches y remiendos
Los vemos en todas partes, miremos  donde miremos. Lo que pasa es que salvo los que son muy llamativos, el resto cuesta trabajo reconocerlos. Hasta llegamos a considerarlos  la forma adecuada y propia de resolver todo tipo de rotos, descosidos, desavenencias, conflictos, peleas, enfrentamientos, grietas, socavones, averías, estropicios o solucionar algo a contrarreloj; incluso de conseguir dar el pego en la vida laboral y en la personal. Las aceptamos muchas veces a sabiendas de que son una forma de engaño o autoengaño. Algo provisional y precario que caerá por su propio peso tarde o temprano. Pero mientras dure, todos contentos. ¡Allá cada cual con su conciencia y sentido de la responsabilidad! Son como una pegatina que tapa el nombre del anterior inquilino en el buzón, una sobre otra, hasta que se despegue o como las sucesivas capas de papel pintado de una casa centenaria. Si hay una tubería de la que sale agua a borbotones, pues nada un poquito de cinta aislante o tela de un trapo procedente de una camiseta vieja. Que hay goteras en el techo de un edificio público pues se tapan a medias por falta de presupuesto, tiempo o previsión. Y esto sólo afecta al mantenimiento y la estructura de un inmueble, pero lo peor es cuando estas chapuzas se extienden al resto de nuestras vidas. Vemos cómo se toman decisiones que afectan a los que no tienen empleo, a los que quieren permanecer en sus casas, a los que inician su vida escolar, a los que emprenden sus estudios universitarios o luchan por poder continuarlos, a los jubilados, a los enfermos crónicos,  a los dependientes, etc. con forma de remiendos como cuando la abuela zurcía “los tomates” de los calcetines.  Este gesto poseía el valor de luchar por conservar lo que se tenía, una actitud heredada de épocas de penuria como la posguerra, pero ahora ni eso. Ambas acciones suponen una actuación antagónica. Hoy casi todo ha pasado a formar parte de la categoría de usar y tirar, a ser posible a una velocidad de vértigo para que no nos dé tiempo a pensar en cómo alargar su vida ni en cómo reutilizarlo o reciclarlo. Estos remiendos minan poco a poco nuestros derechos y bajo el lema de “la austeridad” se dan puntadas en nuestros sueños y esperanzas recortados. Por ejemplo, Homer Simpson, de la conocida serie de televisión “Los Simpsons”, sería el estereotipo de este modelo de personaje, aunque, en realidad se trataría de la grotesca caricatura del típico chapucero que generalmente actúa como lo hace por ignorancia, tacañería, dejadez o pereza;¡razones que casi le eximen de responsabilidad ante los demás! Pero lo más grave es ver cómo el resto de personajes, a los que se les atribuyen a priori las cualidades contrarias, son los auténticos chapuceros que hacen alarde de sus grandes soluciones. Así que, por favor, intentemos arreglar las cosas de verdad no con parches.

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