La señorita Rotenmeyer & company
Lunes por la mañana. Suena la campana. Empieza la clase y los niños se levantan tras sus pupitres para dar los buenos días al profesor con un aire marcial y algo autómata. Recitando una letanía que ha dejado de tener sentido. A lo mejor esta escena la habréis vivido en primera persona o la habréis visto en películas como Adiós, muchachos o en libros infantiles- también llevados al cine- como Matilda. Son aquellos maestros de la infancia a los que había que hablar siempre de usted y que nos hacían bajar la mirada sólo con su presencia si nos preguntaban por los deberes o nos sacaban a la pizarra, mientras disimulábamos el temblor de voz y piernas. Mantenían una postura distante y fría con respecto a los niños como si les parecieran unos seres molestos e insoportables como gremlins a los que domesticar. Desde luego así la educación debía de ser un verdadero sufrimiento. En mi época ya no tiraban de las orejas ni daban capones, pero alguno de mis compañeros sí llegó a recibir una bofetada. Entonces el respeto mutuo se convertía en miedo a la autoridad y ésta se excedía en sus funciones, ignorando lo emocional y afectivo hasta anularlo por completo. No quiero decir que todos fuesen así, desde luego que no. También los había entrañables y comprensivos como la maestra de Obaba-película basada en los cuentos de Bernardo Atxaga y que me ayuda a imaginar cómo debió ser la vida de mi propia abuela como maestra rural-, el maestro de La lengua de las mariposas, el director de Los chicos del coro o el magnífico Peter O’Toole como maestro del último emperador de China. Desde luego éstos están algo idealizados- como Robin Williams en El club de los poetas muertos- y no llegan a ser como los protagonistas reales de las anécdotas que cuentan nuestros padres, más parecidos a los que aparecen en El camino a casa de Zhang Yimou, en La clase o en El profesor Lazhar. La señorita Rotenmeyer, institutriz de Clara, amiga de Heidi, sería el estereotipo de ese personaje amargado y severo que representa una moral rígida y unos valores decimonónicos enraizados en la represión de los sentimientos y en “la letra con sangre entra”. Estos principios se trataban de imponer por medio del castigo, el regaño, la reprimenda constante y el porque lo digo yo o sencillamente porque sí. Sería la antagonista del modelo de profesor actual, que promueve desde el respeto afectuoso la educación emocional y la conciencia crítica, basadas esencialmente en el diálogo y la comunicación. A pesar del paso del tiempo y los cambios socio-culturales desgraciadamente veo y reconozco esta actitud hoy en día casi en cualquier sitio. ¿Tendremos todos algo de Rotenmeyer? Me gustaría pensar que no.

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