“La alfombra voladora”

Desde que las aves confundieron las uvas de Zeuxis con las de verdad hasta los suelos 3D, por ejemplo, las impresionantes obras de Kurt Wenner, en los que puedes adentrarte, con solo posar tus pies, en un huerto y una infinita galería de imágenes en HD como los cuadros hiperrealistas de Antonio López o las fotografías de Isabel Muñoz que parecen iluminadas por dentro, el mundo se ha ido “extendiendo” en eso que se llama “la realidad ampliada”. Como si lo real se desbordara de sus propios límites o dimensiones conocidas para constituirse en otra versión: lo real 2.0 o algo parecido, al estilo del “País de las maravillas” de la versión de Tim Burton, que se constituye en el espacio desdoblado de la infancia perdida, de lo que éramos y del olvido. Como cuando soñamos que llegamos a nuestra casa, porque así nos lo dicen nuestros sentidos, e incluso la llave encaja en la cerradura, pero al abrir la puerta sentimos una extrañeza angustiosa al comprobar que todo es diferente o está ajado por el paso del tiempo como en los cuentos de hadas en los que un pescador después de vivir en el fondo del mar con una sirena, regresa a su aldea y no reconoce nada. Igual que le sucede a James Stewart en ¡Qué bello es vivir! Y el ángel Clarence le muestra cómo habría sido la vida sin su existencia. Puede que los trampantojos, ya sean murales pintados o proyecciones virtuales, por una parte se pinten para embellecer, maquillar o enmascarar lo que nos disgusta o no queremos ver y así en lugar de contemplar por la ventana hileras de coches enfurecidos o altos edificios con antenas, repetidores y parabólicas, apretamos un botón- como en una propuesta japonesa de la casa del futuro-que activa los paneles LCD- pantalla de cristal líquido- con DVD como si viviéramos en una película de ciencia-ficción. Y así podrían hacernos creer que eso es “real”. En cierta manera, lo es, como cuando leemos una novela y nos trasladamos con la imaginación a ese mundo. El arte del trampantojo, literalmente “trampa ante los ojos”, construye un mundo paralelo como “los constructores de sueños” en la película “Origen”. La cosa se complicaría cuando los trampantojos se convirtiesen en réplicas de nosotros mismos como en la película “Los sustitutos”. Recuerdo además otra película en la que las personas llevan unas gafas negras que sólo les dejan ver una fracción de la realidad. A lo mejor los trampantojos son más sutiles y escurridizos y se camuflan incluso en nuestras palabras.

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