“Hasta el infinito y más allá”
¿Quién no ha mirado alguna vez al cielo una noche estrellada? ¿Habrá alguien más allá mirándonos? La fascinación por lo desconocido, el deseo de conocimiento y la necesidad de explorar es lo que nos mueve, al igual que el sueño de permanecer y dejar nuestra huella. Por ejemplo, recientemente se ha elegido a los que serán “los astronautas del futuro”, sólo cuatro hombres y cuatro mujeres. Esta lista tan selectiva contrasta con el hecho de que más de 200.000 personas de todo el mundo se hayan apuntado a la misión privada Mars One que consistirá en un viaje sin retorno al Planeta Rojo. Pensar en esto causa estupor, aunque se dice que” hay gente pa’ to”,es decir, contra gustos no hay nada escrito. Pero  me sigue sorprendiendo que haya personas decididas a emprender una aventura a lo desconocido como los navegantes del siglo XV o aspirantes a poder cultivar un trocito de terreno al que llamar hogar como “el principito” en su asteroide b612. Desde luego la pionera es el Voyager I, sonda espacial lanzada en  1977, que se mueve a 17km/segundo. Es decir un viajero que se dirige “hasta el infinito y más allá”, llevando un mensaje a las estrellas en un disco de oro, conocido como “Sound of Earth”- que contiene imágenes y sonidos de la Tierra, grabaciones de saludos y deseos de paz en 55 idiomas, etc. Como si nosotros, los que ya no están y los que vendrán estuviéramos para siempre en esa sonda. De todos los mensajes me gustaría destacar uno que hoy deberíamos recordar para realmente llevarlo a cabo: “nos esforzamos por vivir en paz con los pueblos de todo el mundo, de todo el Cosmos” y otro que me parece muy emotivo porque simboliza el amor: el beso de madre e hijo. Al parecer se encuentra ya fuera del Sistema Solar, en el espacio interestelar a 19.000 millones de kilómetros de la Tierra en dirección al centro de la Galaxia. Esto me hace sentir lo insignificantes que somos, como decía Carl Sagan: “somos un pálido punto azul”. Así vistos todo debería relativizarse, aunque estamos tan ajetreados, yendo de un lado para otro, inmersos en nuestras preocupaciones  y enfrentamientos, que sólo somos capaces de mirarnos el ombligo. Me imagino viéndolo desde fuera- creo que fue a los ocho años la primera vez que lo pensé- como la secuencia de una película en un plano que discurre desde el exterior y poco a poco se adentra en lo más pequeño. Como si viajáramos desde la luna a al pétalo de una flor en la mano de una niña o incluso a sus átomos. Este cambio de perspectiva se observa, por ejemplo, en Ágora y además se añade el rumor de miles de voces. Tal vez el ruido que hacemos no nos deje escuchar nuestro interior ni lo que hay fuera. Quizás se presente otra oportunidad y pase algo parecido a lo que sucede en la película Otra Tierra, donde todos tenemos un doble que vive en un lugar- casi- igual a este.

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