Llueven gatos
Hay una expresión inglesa que traducida literalmente dice que “llueven gatos y perros” y eso me hace pensar en los sentimientos que surgen en nosotros cuando se habla de animales domésticos , en especial,  en  fechas veraniegas en las que algunos de sus amados dueños les abandonan. Al escribirlo parece sencillo, la constatación de un hecho inexorable que admitimos así, sin más, y que no podemos evitar, pero que nos debería hacer reflexionar sobre la conducta reprobable de algunos de nuestros congéneres. ¿Qué le sucede a una sociedad que, por un lado, mima hasta idolatrar a los animales de compañía y, por otro, los maltrata, los explota como estrellas publicitarias o los ignora en la cuneta de una autopista? Es una contradicción como otras muchas que caracterizan a los humanos, pero esta excusa no lo explica. A esta misma conclusión llegaba el protagonista felino de la novela Soy un gato de Natsume Soseki, narrada desde la crítica visión de un gato sin nombre, que se instala en la casa de un viejo maestro. Desconfían de nosotros, aunque les abramos nuestro corazón, y no se lo reprocho. Los gatos ya sean callejeros, como los famosos de la ciudad de Roma, o sean uno más de la familia son testigos de nuestra vida y a veces saben más de nosotros que nosotros mismos como le sucede al gato Morris que lee a escondidas las cartas de su amo en el cuento “Mi jefe, el gato” de Paul Gallico. Otros, como el señor Okawa, gato que habla, en la sugerente y misteriosa novela de Haruki Murakami, Kafka en la orilla adoptan la función de consejeros, esos que se acurrucan junto a nosotros los días de lluvia. Además existen los gatos mágicos como el gato de Cheshire, al que todos recordareis, que aparece y desaparece a su antojo esbozando una enigmática sonrisa, algo muy propio de los de su especie. Esos son los gatos que forman parte del imaginario colectivo, junto a todos los que arañan nuestros sofás, escalan a lo alto de las neveras, se dan un baño en los lavabos o hacen equilibrios imposibles en el alféizar de la ventana. Los gatos que miran a la Luna desde los tejados, independientes y libres, son lo contrario de los gatos que aparecen en la pantalla vestidos de rockeros o  cantando villancicos. Por cierto, en Youtube los vídeos sobre gatitos reciben millones de visitas, en especial uno llamado “Maru, el gato de las cajas”.  Si esta afición por los vídeos de gatos fuese una muestra del respeto por los animales estaríamos de enhorabuena, pero aún se ven carteles de “Gatita perdida” como una llamada de socorro. Ojalá todos pudiésemos decir alguna vez lo que se menciona en la novela de Murakami: “Los gatos eran los únicos animales con los que podía mantener una conversación”.

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