“Tacones no tan lejanos”
No sé por qué las mujeres siguen
modas que o son perjudiciales para la salud o sencillamente les dificultan el
día a día. Me refiero a los zapatos de tacón, en especial a esos de aguja- que
parecen un instrumento de tortura para las que no están acostumbradas- o a los
que unidos al diseño estrambótico del calzado, que disfraza los pies y nos
eleva unos cuantos centímetros como si tuviésemos la imperiosa necesidad de
alcanzar la luna cada vez que salimos de casa, consiguen que parezcamos
equilibristas en sus zancos o Lady Gaga. Impiden nuestros libres movimientos y nos hacen
andar como si fuésemos de puntillas o tuviéramos miedo a salpicarnos con el
barro de los charcos. Son incómodos y provocan torceduras, heridas, rozaduras,
deformaciones en los dedos, lesiones en la columna, etc. Y como decía al inicio
debe de haber una misteriosa razón para que se sigan usando, no me refiero en
ocasiones especiales-en las que aún
podrían soportarse- sino como el calzado habitual para ir al trabajo, pasear,
salir con los niños, etc. ¿Qué nos pasará por la cabeza para tomar esa decisión
cada mañana? Me acuerdo de una secuencia de la película “Armas de mujer” en la que Melanie Griffith lleva puestas sus
zapatillas de deporte y al llegar a la oficina se las cambia por sus
correspondientes tacones. Tal vez esto nos dé una pista sobre una de las causas
del paradójico éxito de semejante calzado. En este ejemplo se convierten en un símbolo
de profesionalidad, confianza en uno mismo y cierto “rango” dentro de la
empresa. Posiblemente sea parte de la política de la empresa con respecto a la
imagen que se debe transmitir. Eso hasta cierto punto podría ser comprensible,
pero siempre dentro de la libertad de elección y no como una imposición. En
nuestro subconsciente puede que los
tacones adquieran otras connotaciones que transmitan mensajes muy diversos que
a veces son contradictorios. Por una parte, podrían representar la necesidad de
demostrar que se es igual o mejor que cualquier otro, como si con los tacones
las mujeres se sintieran “a la altura” impuesta por la sociedad, en general,
machista. Como si tuviesen que demostrar que ellas también cuentan y están ahí,
que son uno más en la misma sala de reuniones. Por otra, no dejan de ser un
accesorio de la imagen estereotipada de la mujer como “objeto” que desea ser
vista y admirada, como si los “Manolos”-desde
luego joyas artísticas, eso no lo niego, no sólo por su diseño sino también por
su exorbitante precio-fuesen la cola desplegada de un pavo real para atraer a posibles
admiradores. Semejantes a los zapatitos de cristal de Cenicienta. Asimismo son como una tarjeta de visita que indica el estatus
social-económico e incluso el carácter de la que los lleva. Si además tenemos en cuenta el
,por lo general, molesto repiqueteo de los tacones que a lo mejor está
sincronizado con los latidos del corazón o es muestra de nuestro estado de
ánimo, llego a comprender, en parte, los motivos de las que como Marisa Paredes
en “Tacones lejanos” los llevan con
orgullo.
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