Un trozo de papel

                                                          
Antes del Big Bang, mucho antes, fue un átomo minúsculo y denso, doblado con sumo cuidado como un pañuelo bordado heredado de la bisabuela. El envoltorio de lo porvenir o una chistera sin fondo. Algo delicado como una cajita de música que sólo abriríamos para comprobar si seguía allí la bailarina. Las últimas investigaciones habían demostrado que su origen era la materia reciclada y a medida que adquiriese consistencia se llenaría de líneas y pliegues precisos de manita diminuta. Pero todo en escala microscópica. A los tres años empezó a tener pesadillas de tijeras y fuego. En su adolescencia le atormentaba ser un papel de regalo navideño o ser tatuado por una impresora láser. Después se metamorfoseó en un mapa incompleto de lugares inexplorados, calles, algunas de ellas cortadas, y caminos laberínticos. Se enamoró de una chica aplicada y estudiosa llamada E-book que le rompió el corazón. Así de tanto abrirlo y cerrarlo, desplegarlo, acariciarlo dentro del bolsillo del pantalón, doblarlo y desdoblarlo, maduraba pero se iba reblandeciendo, encogiéndose tanto que algunas veces sólo era el recuerdo arrugado de un reluciente y mágico papel nuevo, sin estrenar, en el que todo habría podido suceder. A veces se traspapelaba y perdía un poco la memoria. Incluso corría el riesgo de ser confundido con otros que se apilaban con desorden encima de cualquier superficie y de forma repentina acabar por error en el temido cubo de basura o, lo que era mucho más terrible, caer en manos de una destructora de papel. Sería un desecho que sólo saciaría al voraz tiempo. En cambio, los más afortunados se iban de vacaciones a balnearios para ser reciclados, los únicos que tendrían la verdadera oportunidad de cambiar sus vidas. Por eso se inventaron las carpetas, archivadores y cuadernos que le harían recuperar su autoestima y además le ayudarían a socializarse. Respetando unos hábitos de vida saludables podría llegar a ser un entramado de universos que se multiplicaran hasta el infinito del infinito, burbujas dentro de otras burbujas, unidas a más y más burbujas. Se arremolinarían en las curvas de sus bordes hasta que el tiempo rebosara y se desbordara, fluyendo hacia la eternidad. En esto estaba, dándole vueltas a esta página en blanco cuando observé que la habitación empapelada, el escritorio despejado y los libros que descansaban en sus baldas miraban expectantes al escritor que trazaba con su pluma estilográfica la palabra “Autobiografía”. El papel emitió un leve suspiro al sentir la fría plumilla y pensó: “Por fin soy alguien”. La tinta empezó a fluir por sus venas.

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