La esperanza

 
Dejó de cruzar las calles con los semáforos en rojo. Dejó de fumar con ayuda médica. Dejó de usar bolsas de plástico y saltarse la cola en el supermercado. Dejó de hablar por el móvil mientras conducía. Dejó de remolonear los domingos por la mañana. Dejó de morderse las uñas y hurgarse a escondidas la nariz. Sustituyó las gafas por lentillas. Dejó de olvidarse del cumpleaños de sus hijos. Dejó de trasnochar para ver su serie favorita. Dejó de tomar café y alcohol. Dejó de bajar la mirada al entrar en el ascensor de la oficina. Dejó de llevar corbata. Dejó de preocupase por su peso y evitó la comida basura. Dejó de amontonar los platos en el fregadero. Dejó de malgastar agua al ducharse. Dejó de olvidarse de tirar de la cadena y bajar la tapa. Dejó de ver los partidos de fútbol tirado en el sofá. Dejó de mascar chicle. Dejó de envidiar a su mejor amigo. Dejó de navegar sin rumbo por internet. Dejó de acumular facturas. Dejó de evitar las fiestas familiares. Dejó de teñirse el pelo. Dejó de discutir con su vecino. Dejó de decir palabrotas cada vez que algo no le salía a su gusto. Dejó de ser intolerante e intransigente. En definitiva, dejó de sentirse un hombre gris. Hasta dejó de roncar. Pero seguía llamando a su ex­­-mujer todos los viernes por la noche, por si le había perdonado.

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