El mundo al revés

 

Érase una vez un mundo en el que se inventaron artilugios caseros para almacenar la luz de luna, única fuente de energía limpia que aún no estaba regulada. Aun así, esta no era suficiente y la producción de velas era un negocio en alza. Se invirtieron miles de euros, que habría que devolver con sus correspondientes intereses, en renombrar las estaciones de metro porque los gabinetes psicológicos habían cerrado. Ahora se podía viajar a “La Felicidad” por el módico precio de 1,50€. Una cantidad que sólo unos pocos podían permitirse, los mismos que compraban la felicidad embotellada o en unas lujosas cajas con cintas doradas. Los contenedores de vidrio, plástico y papel se convirtieron en grandes almacenes de antigüedades y los cubos de basura en prácticos supermercados ambulantes. Por esto tuvieron que instalarse otros nuevos para deshacerse de lo que la obsolescencia programada generaba. Eso que se mandaría en barco al otro lado del planeta, lejos de nuestra vista. Pero los hábitos de los consumidores, patronímico que recibían sus habitantes, habían cambiado drásticamente para asombro de expertos y dirigentes, por lo que esos contenedores de diseño fueron utilizados como refugio provisional en las noches de crudo invierno. Se tomaron medidas para simplificar y ahorrar,  así los núcleos urbanos se llamaron “Se vende” y los barrios periféricos, “Se alquila”. Sólo algunas zonas exclusivas mantuvieron la denominación de “Chabolas”, en grandes rótulos luminosos. Sus habitantes se mudaron a descampados, puentes, bancos y estaciones, pero encontraron que éstos ya estaban habitados, por lo que tuvieron que desplazarse al extrarradio del extrarradio. Eso, los más afortunados; el resto optó por la vida nómada, que era más bohemia. Eso pensaron los jóvenes y los investigadores que hicieron el hatillo y salieron a conocer mundo. Sorprendía ver que junto a la oficina de desempleo se anunciaran viajes a Nueva York. Además como los consumidores tenían tanto tiempo libre se decidió sustituir la escuela presencial por la escuela en casa. Si un día te leen la mano, no dudes de que la realidad supera siempre la ficción.

 

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