“Ni tele ni telo”

A veces una regañina es capaz de cambiar de forma espontánea y creativa el género gramatical de una palabra y convertirla en un extraño objeto que no sabíamos que existía. Tal vez sea el nombre de una mascota, un hámster o un loro, aunque seguramente se trate de una expresión coloquial para designar una “telovisión” o aluda a una conversación “telofónica” o alguien nos ha enviado un “telograma”. Pudiera ser un fragmento de una frase hecha para llenar el vacío o para intensificar lo narrado: “¡ni te lo imaginas!”. Además guarda cierta similitud con otras expresiones como “ni fu ni fa”, “ni una cosa ni otra”, “ni chicha ni limoná”, “ni trampa ni cartón”…Casi todas ellas con cierta connotación negativa y excluyente por la conjunción redundante, que denota también el grado del enfado materno. Por otra parte, este “binomio fantástico”, como diría Rodari, genera otros en la imaginación del niño que lo escucha: “sopa-sapo o papá-popó”, creándole mayor confusión aún. Para él “telo” lo es todo, el resto de las cosas que le hubiese gustado hacer, por lo que la prohibición de ver la televisión pasa a un segundo plano. O tal vez no, a lo mejor su madre sólo quería dejar claro que no iba a ver los dibujos animados y “telo” signifique que el aparato está apagado o lo va a estar en los próximos días, quién sabe. Pero todo esto es inútil ya que el significado de la palabra omitida es claro y preciso gracias al prefijo  “sustantivado”, tele- o al menos eso pensó la enfadada madre. La oración compuesta coordinada copulativa está casi vacía, es sólo un esqueleto de palabras recortadas y verbos invisibles que representa la llamada economía lingüística y el triunfo de la comunicación, en la que prima lo afectivo sobre “lo gramaticalmente correcto”. Porque no nos olvidemos del tono y del contexto en el que se produce. La intención comunicativa podría haber sido sencillamente proponer una alternativa de ocio, en la que se ignorara la televisión, al menos por un rato. Así lo comprendió el niño que habría contestado a su madre a regañadientes: -¡Vale, entonces ni verdura ni “verduro”, que ya estoy harto de “los acelgos”! Eso pudo haber dicho, pero, en realidad, la madre se refería a los nombres de dos ositos de peluche.

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