Sueño de una noche postvacacional
Así
dicho suena exagerado, la verdad, y sobre todo algo paradójico, si pensamos en
la cantidad de gente que no sabe lo que son unas vacaciones o no pueden
permitírselas. En cambio, otros están siempre de vacaciones, eso sí, disimulándolo.
Adictos al trabajo de pega, al papeleo inútil, al ir de acá para allá o mirando
fijamente la pantalla del ordenador que sirve de parapeto para que el de al
lado no vea que divagan en ensoñaciones de playas paradisíacas a miles de
kilómetros de allí. Pero no paran de quejarse de lo mucho que curran porque eso es lo que está bien
visto, eso les hace sentirse mejores que los demás. Los peores son los que
alardean de ellas y cuentan con pelos y señales cada uno de los días que han
conseguido conquistar un pedacito de arena a ser posible lo más cerca de la orilla
y lucen las marcas de pulseras o
colgantes, señal de lo mucho que han disfrutado del veraneo. Otro indicio
inequívoco es el hecho de seguir yendo a la oficina en chancletas. Tampoco lo
veo tan mal, es una manera de mantener el espíritu estival, una reminiscencia
de una vida más relajada y distendida, luminosa y sencilla. El apego a esa
etapa de la vida resulta traumático si no contamos con un antídoto contra el
ritmo estresante que nos espera señalado en rojo en el calendario como para echarnos
una reprimenda, recordándonos que habrá que esperar otro año para sentirnos así,
como si nuestra vida en verano fuese ficticia. Puck podría ser el duende del estío, el guía en ese espacio onírico en el que a pesar del
insomnio causado por el calor y los rayos lunares somos un poco más nosotros.
Releo lo escrito y aprecio cierto tono de amargura, pero no es eso, es que parece
que siempre estamos descontentos con todo. El término “síndrome postvacacional” es en cierta forma un eufemismo para
referirse al decaimiento que sentimos al constatar que el período de descanso
se ha terminado. Pero por otra parte, nos hace arroparnos en él y convertirnos
en enfermos imaginarios. Ya tenemos
la excusa perfecta. “No, estoy bien, es sólo “el síndrome postvacacional”. No
es que niegue su existencia, no es eso; al contrario, es una consecuencia
lógica de este “boom veraniego”. Con eso
me refiero al estereotipo de lo que son las vacaciones: irse fuera, ponerse
moreno, tomar el sol, estar de juerga, y un etc. al que hay que añadir todo
tipo de objetos pasajeros que lo representan. En definitiva, las vacaciones son
como “el prestigio” de un truco de magia- recordando la película “The Prestige”
o “El truco final”- aparecen y desaparecen causando tanta expectación entre el
público que resulta hipnotizado por las estratagemas de los que como Puck emplean la magia
para inventar el verano.
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