El cielo
debe ser como Liverpool
Caía la tarde en la campiña de Gales. Mr.White y
Mr.Smith, dos solterones educados en Eaton, que guardaban en sus ademanes los
ecos de un Imperio que florecía a la hora del té, se preparaban para una agradable
velada. Aquellos años en los que lejos de sus hogares habían madurado hasta
llegar a ser profesores de Ciencias y Francés respectivamente habían quedado
atrás. Ahora, tras la jubilación, se
regían por el paso de las estaciones y la voz del recuerdo. De vez en cuando
algo de televisión para seguir la liga de fútbol o disfrutar de un buen libro
junto a la chimenea. Las rosas se habían secado y había inundaciones en
Bangladesh. El vino ya estaba en la nevera y el pudding en el horno. Aquella
mañana después de recoger las botellas de leche y saludar al cartero se
acercaron al pequeño mercado local. Todo debía estar listo antes de las seis y
media. El cottage era muy acogedor
con su fachada estilo Tudor. Las paredes del recibidor estaban cubiertas de
fotografías en blanco y negro de su primer viaje a España en 1949, cuando las
costas aún se conservaban intactas y el negocio turístico estaba sin explotar. “¡Ese
era el paraíso!”, decían con
melancolía. Un lugar para vivir eternamente, sin duda, en una de las islas como
Lanzarote. En esta última, un taxista, trabajador en un barco mercante durante
su juventud, en el trayecto al hotel les dijo: “el cielo debe ser como Liverpool”. Esta poética imagen les trasladó
a la época en la que The Beatles
iniciaban su camino al estrellato…y al concierto al que asistieron en un
modesto local de la ciudad. “All you need
is love”. El reloj algo carcomido del pasillo, adquirido en una subasta de
antigüedades en Londres, había dado las seis. Los invitados pronto comenzarían
a llegar. Se acomodaron en los sillones tapizados con tela escocesa y siguieron
el hilo de la memoria, esta vez el encuentro con Audrey Hepburn y su marido en
un teatro de la capital. Se quedaron prendados de aquella silueta esbelta y
elegante, que sería una inspiración para el resto de sus vidas. “¡Una estrella
de Hollywood sentada delante de nosotros!”.
Como aquella vez que en un viaje en trasatlántico habían tenido el orgullo de
conocer en cubierta al mismísimo Charles Chaplin, con el que se retrataron. Por
algún cajón debía de estar aquella fotografía. Mr. Smith, cambiando de tema y eludiendo
su responsabilidad sobre el paradero de la misma, rememoró su estancia en
Extremo Oriente, donde se había alojado junto a una familia japonesa que le
invitó a comer huevo frito con palillos. Algo que para un gentleman inglés resultaba entre un reto y una anécdota que contar
a los nietos. Ambos se rieron con timidez cuando Mr.Smith lo escenificó con los
cubiertos dispuestos en la mesa. Alguien entró sin llamar atravesando
ruidosamente el vestíbulo. Pero los viejos profesores siguieron esperando a sus
invitados. Fuera, en el camino de acceso a la finca junto a las ya marchitas
rosas Lili Marlene había clavado un cartel de “En venta”.
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