“La vida no es sólo móvil”
Cada vez que encendemos la
televisión nos lavan el cerebro con anuncios de todo tipo, pero creo que los de
telefonía móvil a veces son sugerentes, extravagantes o tan parecidos al “trailer” de una película que nos
quedamos con la boca abierta, imaginándonos en esos lugares paradisíacos en los
que tener 3G es lo que cuenta cueste lo que cueste. No es solo eso, sino que nos lanzan brillantes
anzuelos extraplanos de “última
generación” para provocar nuevos deseos y necesidades ficticias que no
podremos ignorar y nos quitarán el sueño. Me imagino todos esos sofisticados
aparatos de pantalla táctil convertidos por arte de birlibirloque en los
teléfonos -de no hace mucho- en los que había que marcar haciendo girar el
disco, empujándolo con el dedo y el sonido entrañable que se producía. Telefonear
era un ritual que implicaba sosiego y paciencia, pero sobre todo intimidad.
Ahora es justo lo contrario, la gente entra en un torbellino de pitidos,
sonidos, melodías, tonos o como se llamen, que no nos dejan ni respirar- ni a
ellos ni a los que tenemos la desgracia de sufrirlos- y airea sus confidencias
a gritos. Esto a finales de los 90 no era así, pero poco a poco el móvil se
cuela en cualquier sitio. “Apaguen sus teléfonos móviles, la representación va
a comenzar” y, aun así, algún actor ha tenido que parar la obra de teatro
porque un irrespetuoso espectador se olvidó de silenciar el aparato o en el cine alguien, refugiado en el anonimato
de la sala oscura, contesta la llamada y sigue hablando como si estuviera en el
sofá de su casa. Por no hablar de la extinción de los listines y la incapacidad
de la memoria para recordar los números de teléfono. Ahora no me sé casi ni uno
y supongo que a los millones de usuarios de todo el mundo les sucede otro
tanto. Con cierto aire retro-nostálgico- que no es el tono que quiero para esta
reflexión- se han diseñado unos simpáticos auriculares como los de antes, pero
eso sí con USB o pincho para un determinado modelo. No es exactamente igual,
pero puede ayudar a visualizar lo que llevamos en el apretado bolsillo del
vaquero o colgando a modo de collar. ¡Un verdadero armatoste! Pero claro, es
mucho más que un mero teléfono. Desde luego es así, eso hay que reconocerlo.
Por una parte, las ventajas de su inmediatez, el acceso a la información y la fluidez en la comunicación y,
por otra, su incidencia determinante en los movimientos y reivindicaciones
sociales. Supone en muchos sentidos una “revolución
tecnológica”, a costa de otros, cuyos efectos vamos experimentando sobre la
marcha. Eso simplificando mucho. Pero a lo que iba, antes quedábamos sin
necesidad de “whassapear” o “tuitear”
cada segundo de nuestra vida y teníamos amigos sin estar las 24 horas del día “conectados”. Será que me hago mayor, pero cuando veo a
parejas en un restaurante que ya sólo hablan con su móvil, bebés que los usan
de sonajero o mordedor, adolescentes y los que ya dejaron de serlo, que en
una comida familiar tienen el móvil sobre la mesa o el regazo y contestan sin
reparo a los mensajes que pitan cada medio segundo y cuando paseo por la calle
o viajo en transporte público me llama la atención e inquieta el grado de dependencia que generan
esos artefactos “maravillosos”. Esto me recuerda al personaje de un cuento de Italo Calvino que está obsesionado con el timbre de los teléfonos de su edificio ya que piensa que son llamadas cuyo destinatario,en realidad, es él. La gente ya no mira a los demás ni siquiera
dónde pisa, todo su interés se reduce a ese aparatito, como los Tamagotchi que nacieron en 1996 y hoy –
para mi sorpresa- siguen fabricándose. En casa nunca tuvimos ninguno, pero
recuerdo cómo había que ocuparse de ellos, sino se morían. Me pregunto, ¿a
estas alturas podríamos vivir un día sin móvil? Voy a hacer la prueba y os
cuento.
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