Esclavos de la tecnología
Ayer hablando con unos amigos
salió el tema de cómo las nuevas tecnologías, en especial los móviles y las
redes sociales nos han, en cierta manera, esclavizado. Tal vez penséis que es
una exageración de los miembros de una generación que han vivido sin estar
conectados las 24 horas, día y noche como los adolescentes de hoy, y que podrían
tener ciertos reparos o prejuicios con respecto a la presencia e incidencia de
estas nuevas formas de comunicarse y relacionarse en nuestras vidas. Por varios
motivos, uno por sentir que nos cuesta adaptarnos a las novedades y “la torpeza”
e inseguridad con la que un usuario novel se adentra en este abrumador mundo
tecnológico- me refiero, por ejemplo, en comparación con los que desde siempre
han convivido con ello. Recordad la imagen del laberinto que os contaba días
atrás o a los jóvenes que confundían los monumentos históricos con su muro de Facebook. En segundo lugar, porque nuestras
relaciones personales vivían ajenas a tanto bit
y no estaban encorsetadas en determinados formatos y expuestas a las miradas de
todos. Con esto no quiero decir que las nuevas tecnologías sean perjudiciales,
sino lo que puede hacer de ellas una herramienta potencialmente “esclavizadora” es el uso que hagamos de
ellas. Ya no es sólo que la privacidad se vea arrinconada y termine por
desaparecer o que los supuestos amigos de Facebook
sean, en realidad, auténticos desconocidos que tienen libre acceso a nuestras
fotos, opiniones, gustos, etc. sino que cuando alguien te llama o deja un mensaje
en el buzón de voz, envía un whatsapp
o te envía una invitación para ser tu
amigo nos vemos en la obligación de contestar queramos o no, estemos donde
estemos, hagamos lo que hagamos. Se da por hecho. Y si no lo haces estás
incumpliendo con una norma no escrita no sólo de cortesía sino social, que en
lugar de fortalecer y enriquecer las relaciones entre individuos lo que hace es debilitarlas porque nos terminan suplantando- habrá que decir que no se puede generalizar, claro- pero recordemos
algunos lemas archiconocidos como “conecting
people”, que resulta algo paradójico, porque sí, estamos conectados, pero
la pregunta es si somos libres para “desconectarnos”. Por lo visto no, ya que
los dispositivos móviles son exigentes como un niño que reclama constantemente
nuestra atención. Demandante y caprichoso. Como si nuestra voluntad se viera anulada
por un extraño conjuro formulado en los unos y ceros del lenguaje binario como
esas cascadas verdes de información cifrada de la película Matrix. Y comienza a ser un regulador del ritmo de la vida social,
como un metrónomo que nos marca el compás de los lazos afectivos, la expresión
de las emociones, la buena educación, etc. Hasta el punto de crear una
dependencia que hemos pasado a identificar con la existencia. Ya no sólo poseemos
una herramienta que nos abre las puertas a un “pedacito de mundo”- porque sigo resistiéndome a pensar que lo es
casi todo-, sino que esa misma herramienta nos convierte en sus esclavos.
Comentarios
Publicar un comentario