El amor de oídas

En la orilla del río junto a la carretera, entre los prados de pastos recién segados, se esconde de las miradas de los curiosos el bosque de las Xanas, un robledal en miniatura formado por setas de copa blanca junto al tronco de un frondoso tilo. Allí el tiempo aprende a caminar lento y sosegado, sin importarle la hora a la que cierran los comercios. Empieza a llover unas gotas finas como pinceladas verdes que susurran la leyenda sobre el canto de estas ninfas. Quien lo escuche enloquecerá y acabará ahogándose en las frías aguas en un intento desesperado por abrazar a la bella joven del agua. Se dice que muchos fueron los que se llevaron los espíritus del bosque igual que las sirenas de Ulises. El orbayu que extiende su cortina de agua hasta el horizonte se cuela entre las tejas y descarga en el canalón. Compartimos el paraguas y nos damos la mano. Hasta allí se acercan los aldeanos de la población vecina con sus 4X4 para cercar al ganado. Cierran el recinto con un circuito eléctrico que emite un sonido rítmico e intermitente como si fuera el corazón del campo. Tac. Tac. Tac. Hace ya más de cien años el tatarabuelo iba montado a caballo a cortejar a su amada Timotea. Tardaba cuatro días en llegar a su destino y seguro que ambos lograban escabullirse de las carabinas de sus tías cuarentonas, enlutadas de pies a cabeza como mirlos con una cinta negra en el cuello. Mujeres que no se casaron, que no tuvieron hijos, que tal vez se enamoraran de oídas en la romería de agosto. Pasado el tiempo tus abuelos se escribían una carta diaria a lo largo del verano. Que el cartero repartía en bicicleta haciendo sonar el timbre como un grillo y esperaban su llegada inquietos y esperanzados como si el mundo fuera a desaparecer con la puesta de sol. Hoy los jóvenes y adolescentes ya no hablan cara a cara, como si fuera de mal gusto, rehuyen el contacto visual porque para eso ya tienen el móvil. Se envían wasaps, vídeos o gifts, ajenos al brillo de las miradas enamoradas. Es también amor, desde luego, pero el tempo del amor ha cambiado con su lenguaje y le exigimos menos, nos contentamos con un corazoncito rojo o una carita que imita un beso. Si Cupido lo viera seguro que renegaría de sus flechas y se quitaría la venda de los ojos. Se declararía en huelga y a lo mejor grabaría sus iniciales en un candado del puente Milvio de Roma, arriesgando la vida y la reputación, ya que se han terminado por prohibir. Se entiende que para proteger y conservar el patrimonio artístico y cultural de la ciudad eterna. Pareja de enamorados, entiéndase Psique y el propio dios Amor, detenidos por vandalismo. Venus, la madre del sospechoso, le exculpa y afirma que ella es la única responsable. Se llama a declarar en calidad de testigo al ferretero que les vendió el candado con llave y todo. Es el resultado de la trivialización de los sentimientos que quedan reducidos a una pose forzada, como esas caras de gestos ensayados en los selfies o autorretratos de móvil que cualquiera se hace incluso a costa de su vida. Símbolos de un amor cortés que pudo ser trending topic, pero que cayó en desuso. Casi lo prefiero a la indiferencia de los que quedan a cenar y no se despegan del aparato. Sin hablar, sin mirarse, sin tocarse, como si no estuvieran. Sin saber de qué color tienes los ojos. De donde surgían los espíritus vitales transportando la esencia de los afectos. Porque ellos ya ni se miran; agachan ligeramente la cabeza para tocar la pantalla iluminada. Sumisos ante una maquinita majestuosa que les ha hipnotizado hasta el punto de llevarla  colgando del cuello con una cadena que les separa un poquito más de ellos mismos. Desde fuera resulta triste como si las Xanas del bosque murieran de desamor. Si lograrás echar un vistazo a tu alrededor te darías cuenta del inmenso vacío que les separa de lo que les mira desde el otro lado y todo lo que te estás perdiendo. Si levantaras la cabeza a lo mejor recuperabas la sonrisa. Al amor hay que mirarle a la cara.

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