El yeti
En medio de esta vorágine
navideña, que cada año se parece más a un yeti al que no hemos invitado a cenar,
pero que se acurruca en el felpudo de la puerta bajo la tormenta como un gatito
abandonado, trato de ordenar mis ideas para escribir algo que nada tenga que
ver con papanoeles, árboles
iluminados o compras sinsentido. Lo mejor es estar juntos y tener tiempo para
disfrutar de cada día, esto es lo que verdaderamente importa. En cambio, eso
del “espíritu navideño” es una
falacia que nos venden- o mejor dicho, nos hacen desear- en unos paquetitos monísimos
con lazos y moñas, cuyo interior es efímero como las huellas en la nieve de las
cumbres del Himalaya de ese ser imaginario, que ya no causa ni siquiera sorpresa
cuando lo vemos aparecer en lo alto de la calle avanzando sin remedio entre los
transeúntes que como sonámbulos le siguen, contagiados de su brillo y glamour. A veces, se vuelve como un
monstruo de peluche de esos que viven en los armarios,- como los de “Monstruos S.A”- y es entonces cuando de
forma inevitable se apodera de nuestras almas de niño. Sí, caemos en sus redes, encandilados por el tintineo
de unos cascabeles invisibles que confundimos, en nuestro atontamiento, con la
magia de la Navidad. Nos dejamos guiar por esa ilusión en un intento vano de
alejarnos de la realidad, así lo rotulan los eslóganes publicitarios- y las
imágenes estereotipadas de “lo que
debería ser la Navidad”, con sus atributos y máscaras- y todo esto se convierte en casi una
obligación. Algo así como siga las “instrucciones
para ser navideño” y cambiará su vida. ¡Hala, todo el mundo a ver renos voladores y magos de
Oriente cargados de regalos! Porque si no, te sientes como el niño del cuento
de “El traje del Emperador”, que es el único que se atreve a decir que el emperador
está desnudo. El yeti de la Navidad vestido de consumismo hipnotizador y
solidaridad caduca nos engaña a todos y nos hace creer que sólo en estas fechas
el amor, la solidaridad, el respeto, la alegría y la paz existen porque él es
su único porteador. El inventor de la felicidad, los buenos deseos y de las
ilusiones. De eso nada, no te lo creas, podemos entrar en su juego, que ya nada
tiene que ver con la celebración del solsticio de invierno, pero siendo
conscientes de que de nosotros depende cambiar las cosas y por muchas cartas
que escribamos a los reyes magos si
no estamos dispuestos a asumir y ejercer nuestra responsabilidad, la magia será
sólo parte de los cuentos de hadas.
Comentarios
Publicar un comentario